El pasillo surgió durante la época independentista en los Andes
neogranadinos y grandes colombianos como aire y danza de la libertad, pues se
originó como expresión de alegría en el momento de la independencia en las
primeras décadas del siglo XIX como una adaptación del vals austriaco,
variación que determinó un cambio rítmico. El movimiento se hizo acelerado y
hasta vertiginoso en su forma coreográfica. En Colombia y Ecuador recibió el
nombre de pasillo y en Venezuela conservó el de valse. La exigencia de su
interpretación exigió una celeridad que puso en prueba a los bailarines más
diestros y se convirtió en una “pieza de resistencia” en que un bailarín,
después de tres o cuatro ejecuciones quedaba físicamente agotado. Era de rigor
en los salones el uso del pañuelo en la mano para no impregnar de sudor a la
dama, ya que se trataba, no de una danza suelta popular sino de un baile
“cogido” en que la pareja estrechamente abrazada por la cintura debía girar
velozmente muchas veces hasta provocar el vértigo; eran frecuentes los desmayos
en estos saraos muy concurridos. Llegó a ser un símbolo musical del mestizaje
hispanoamericano.
El pasillo se extendió a finales del siglo XIX hacia
Centroamérica, haciendo su primera escala en Panamá, que en ese tiempo hacía parte
de Colombia. Fue llevado por militares y altos funcionarios del gobierno,
convirtiéndose en uno de los bailes de preferencia de la aristocracia tanto
urbana como rural del istmo.
Debido a la llegada de colonos panameños provenientes de la
provincia de Chiriquí pasó hacia Costa Rica, y de este último a Nicaragua y a
El Salvador.
Así mismo, desde Ecuador llegó a ser popularizado en Perú y otros
países de Suramérica.
En sus inicios el pasillo era solamente instrumental y su
ejecución se basaba en los tres instrumentos "básicos" de la música
andina: bandola, tiple y guitarra a veces complementados con violín.
Posteriormente aparece el pasillo vocal que incluye letras de gran contenido
poético e incluso son poemas musicalizados como "Sombras", de la
poeta mexicana Rosario Sansores y musicalizado por el ecuatoriano Carlos Brito;
"Mis flores negras" poema del colombiano Julio Flórez cuya versión
musicalizada se atribuye al ecuatoriano Carlos Amable Ortiz, y
"Adoración" del ecuatoriano Genaro Castro musicalizado por el también
ecuatoriano Enrique Ibáñez Mora.
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